3 de septiembre de 2011

Generación política y ruptura.


Cuando hablamos de  “procesos históricos”, en ciencias sociales nos referimos generalmente a hechos que indican el inicio o el término de un periodo, de un conjunto de sucesos marcados por un paradigma de la relación de fuerzas políticas y de la forma de administración de los problemas sociales. Estos procesos históricos son el catalizador de “generaciones políticas” mediante la conjugación de los efectos de edad y conexidad entre grupos similares (Braungart), provocando su eclosión en la escena nacional e instaurando elementos de renovación en la cultura política. Ello trae consigo la ruptura de un modelo o “canon” anterior y por cierto una inevitable lucha generacional, que no significa una simple cuestión de edad, sino de choque de modelos político-culturales a los que pueden adherir, incluso conducir, también algunos “más viejos”.

El actual movimiento estudiantil es ampliamente el movimiento social más importante en Chile en los últimos 20 años de democracia y sólo es comparable al movimiento de la reforma universitaria de 1967, el “mayo francés” chilensis. La reforma universitaria del 67 estaba inmersa en un proceso de cambio y agitación social en Chile y el mundo, reaccionando frente al agotamiento de un modelo de exclusión oligárquico. Los estudiantes de la época pedían universidad para todos y co-gobierno universitario, de aquello salieron sendas reformas universitarias y la creación de grupos políticos y el crecimiento de los partidos de izquierda, toda una generación política emergente en la lucha universitaria y el alimento del MIR y el MAPU, entre otros partidos.

Al igual que los universitarios del 67 el movimiento estudiantil de hoy representa un quiebre fundamental en la cultura política, pero con dos salvedades importantes: primero, a diferencia del movimiento sesentero el de hoy es no partidario y menos ideológico. Es más bien un movimiento de contestación al sistema de partidos y a los pactos tácitos de la transición, que han mantenido el sistema de mercantilización de los derechos sociales que creó el régimen de de Pinochet y lo han agudizado hasta un nivel crítico. Segundo, no es un movimiento con demandas originales, sino de restauración de derechos anteriormente adquiridos y privados en dictadura, un movimiento que intenta al igual que la recuperación de la democracia, poner las cosas en su sitio a la luz de nuestra realidad actual.

Estas dos características a nuestro juicio le dan, más allá de la retórica propia de los movimientos sociales, un sentido histórico al movimiento estudiantil de hoy. Las demandas de los estudiantes reflejan una contestación ciudadana en su más estricto sentido a los pactos de la transición y a una generación de políticos que los produjo y que los justifica hasta hoy. En consecuencia, la aspiración máxima de una educación gratuita y de calidad ataca al corazón del modelo chileno. Hoy bajo el slogan del “No al lucro” se reclama por el abandono de la ideología que inspiró la revolución pinochetista consagrada en la Constitución de 1980.

Por ello, este movimiento no representa una demanda sectorial, su “historicidad” como diría Alain Touraine, reside en su lucha por un cambio en lo cultural, lo social y lo político, es decir, una lucha por re definir los marcos de lo político. Sin embargo, contradictoriamente, no tiene un proyecto político, sus demandas y su contestación no son un proyecto en sí mismas. No obstante, las señales de unión a otros sectores sociales solidarios y ligados a sus demandas pueden generar las condiciones para un proyecto político más concreto.  Más allá de un plebiscito por una educación “gratuita”, incluso de una nueva constitución, el movimiento puede llegar a definir qué tipo de constitución se propone y con qué nuevos mecanismos de participación. 

Pensando en el proyecto político (requisito fundamental para que una generación política exista como tal), un punto importante es la relación con las organizaciones partidarias, típicamente articuladoras de proyectos políticos y con la capacidad de movilizar recursos de todo tipo para llevarlos a cabo. Aquí hay una gran piedra de tope, ya que el movimiento ha mostrado ser como dijimos, no-partidario, al menos no de los partidos que hoy existen y que han gobernado pero tampoco se vislumbran nuevos partidos desde el movimiento. Sin duda ha habido señales de acercamiento de los partidos hacia el movimiento, que a nuestro juicio son positivas, pero debe existir un mecanismo que logre instaurar una transición entre un modelo donde los partidos tienen el monopolio de la representación, hacia nuevas formas de democracia representativa con dispositivos de democracia directa e integrando a los movimientos sociales en nuevas estructuras.

Hoy están las bases de una nueva generación política y ello trae la insalvable y predeciblemente histórica lucha generacional ¿Estarán los partidos progresistas a la altura de enfrentar un verdadero quiebre de un modelo político cultural en decadencia? Más vale que lo estén, de lo contrario veremos a los políticos “relativamente jóvenes” asistiendo a una jubilación anticipada en el marco de un enfrentamiento social que será mucho más agudo de lo hemos visto. 

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