30 de mayo de 2010

El fraude del valor agregado

El valor agregado se define, en su forma más simple, como la diferencia entre el precio de un producto y el de los insumos necesarios para su fabricación. El producto interno bruto (PIB) se puede entender como la suma del valor agregado de toda la actividad de un país. Este indicador es uno de los más utilizados para describir la salud de una economía, todo va bien cuando el PIB crece, si retrocede durante un cierto período es una catástrofe: la recesión.

Esta respuesta, aparentemente evidente, es superficial. Adam Smith, David Ricardo y la mayoría de los economistas clásicos concibieron sus teorías del valor estableciendo una estrecha relación entre el precio de un producto, el trabajo invertido en fabricarlo y la utilidad que un bien o servicio representa para el hombre. En estos términos, la acumulación de valor agregado y el crecimiento del PIB reflejarían un aumento real en la calidad de vida. Eso ha cambiado, la medición moderna de la economía es mucho más compleja y refinada, aunque no por ello es más exacta. Hoy es posible “crear” valor agregado de maneras que nada tienen que ver con el aumento del bienestar colectivo.

Por ejemplo, una familia pide un préstamo, su banco vende la deuda a otra institución y la transacción genera valor agregado. ¿Hay más bienes disponibles para la sociedad? Un inversionista compra un departamento en París, lo arrienda sin hacer mejoras y al cabo de diez años la propiedad se ha degradado un poco pero vale el doble. Al momento de venderla se crea valor agregado. ¿Ha aumentado el bienestar? Un fondo especulativo apuesta a la devaluación de las propiedades de millones de hogares durante la crisis financiera global desencadenada en 2007 y consigue rentabilidades históricas gracias a procedimientos bursátiles como la venta a descubierto. Las jugosas ganancias son valor agregado. ¿Magia?

Una característica común de estos mecanismos es la volatilidad económica a gran escala que generan. Irlanda y España fueron “milagros” de crecimiento económico basados en gran parte en burbujas inmobiliarias y hoy enfrentan graves problemas económicos y altísimas tasas de desempleo, en torno al 20%. El PIB de Irlanda ha disminuido en 14% desde 2008. Islandia desreguló su sistema bancario en 2001, lo que permitió un fuerte crecimiento de este sector, impulsado por altas tasas de endeudamiento. Fue quizás el país más golpeado por la reciente crisis financiera, sufriendo el mayor colapso bancario de la historia (relativo al tamaño de su economía). Las lecciones aprendidas - y que están siendo rápidamente olvidadas - podrían ocupar cientos de páginas y han sido ampliamente desarrolladas por economistas sobresalientes como Paul Krugman, premio Nobel 2008.  Sólo quiero insistir en que su causa profunda fue la opacidad y la falta de regulación de los mecanismos financieros de especulación y deuda. Lo paradójico es que meses antes del colapso teníamos la sensación de vivir un período de crecimiento eterno y sin precedentes. Esa ilusión de prosperidad, cuyo componente principal no era la creación de riquezas útiles para el hombre, fue un artefacto del sistema actual de medición de la economía.

Una consecuencia más cercana de este sesgo de medición es la escandalosa desigualdad de salarios entre un trader que especula en bolsa y un obrero que se desloma fabricando automóviles. Existen variados argumentos técnicos para explicar esta situación, indefendible desde un punto de vista ético. Los más comunes son la relación remuneración-riesgo, la primacía de las funciones “intelectuales” y la “ley” del mercado. Esta última, que hoy es mejor cotizada que la palabra de Dios, es mucho más relativa de lo que parece. El razonamiento simple de que un trabajador gana más cuando sus servicios tienen más demanda - porque produce mayor valor agregado - es claramente circular. Si el sector de servicios superiores es quien define cómo se mide el valor agregado, según criterios que como hemos visto no son totalmente objetivos ni transparentes, ¿no es normal que un banquero tenga ingresos mil veces superiores a los de un obrero? Esta crítica no es formulada por altermundialistas ingenuos. Entre otros, Amartya Sen recibió el premio Nobel en 1998 por su trabajo sobre la economía del bienestar, que incluye una profunda crítica a la noción contemporánea de “valor” y reintegra la noción de justicia al pensamiento económico.

Durante treinta años se ha inculcado en Chile una fe ciega en la “ciencia” económica, pero la economía no es una ciencia exacta y sus predicciones se basan en modelos abstractos que simplifican en exceso la realidad. Cuando se cumplen, se debe en parte a que son profecías que se realizan por la fe que ponemos en ellas. Mientras seguimos creyendo en la infalibilidad de un paradigma neoliberal al que cuatro gobiernos de izquierda no hicieron sino cambios marginales, en el resto del mundo hay un fuerte debate ético y técnico acerca de los modelos que se imponen al mundo globalizado. Joseph Stiglitz, premio Nobel 2001 - y principal autor de un informe encargado por el gobierno francés, acerca de nuevos indicadores macroeconómicos capaces de reflejar el bienestar de la población -, ha hecho fuertes críticas a lo que él llama “fundamentalismo del libre mercado”; no sólo por las injusticias que promueve, sino porque representa un serio riesgo a la estabilidad y sostenibilidad del desarrollo a largo plazo. En cuanto al pensamiento económico, nuestro país sigue bajo la influencia hegemónica de los “chicago boys” y es hora de aclarar que el liberalismo es sólo una doctrina entre otras, que dan un importante rol regulador e impulsor al Estado. Me refiero principalmente a la teoría de John Keynes, que ha resurgido con fuerza tras la reciente crisis y que ha sido aplicada en el modo en que los estados intervinieron para limitar el daño de las turbulencias financieras.

Cuando la “ciencia” económica se priva de un objetivo ético y se transforma en un conjunto de mecanismos para ganar dinero, quedamos a merced de los caprichos de un sistema inhumano cuya única razón es crecer indefinidamente, sin importar lo que arrasa a su paso. La economía nace de la filosofía y de la ética, por lo tanto debe ser puesta al servicio del hombre, de la igualdad de oportunidades y del desarrollo sostenible.

Una buena parte de los males contemporáneos, desde las inmorales desigualdades sociales - entre barrios y países - hasta la volatilidad de los mercados, podrían empezar a solucionarse si volviéramos a medir el valor agregado en relación explícita al bienestar y el trabajo del hombre.


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3 comentarios:

  1. Eso me sona un poco...
    ;-)
    Maja Adja.

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  2. Estimado Sr. Garreton,

    Es importante, antes de publicar un artículo en la red, conocer las limitaciones de uno. No se me ocurriría a mi hablar de las ventajas del diseño urbanístico del París de Haussman pues asumiría el riesgo de que alguien informado, como usted, me hiciese precisiones lastimosas. A tenor de los desafortunadísimos ejemplos citados, todos los cuales aumentan objetivamente el bienestar social, uno se pregunta si, además de leer los artículos de Krugman en el NYTimes, tuvo usted tiempo de tomar la más simple de las clases de Macroeconomía.
    En cualquier caso, buen intento.

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  3. Estimado Anónimo:

    Reconozco que mi formación en macro y microeconomía es autodidacta, por lo tanto imperfecta y con bastantes lagunas. Pero eso no invalida el fondo del artículo.

    Mi entrada al tema es a través de la economía territorial, materia en la cual si he recibido una buena formación académica. Tal como lo reconoce Paul Krugman en su libro "Development, Geography and Economic Theory" (1997, MIT Press), los modelos económicos son todavía incapaces de integrar la complejidad del espacio y, por lo tanto, forzosamente habrán contradicciones entre estos dos modos de análisis.

    Desde la economía territorial, lo que nos interesa son los efectos de los procesos económicos en el poder adquisitivo, el empleo y las desigualdades de la población. Si bien el análisis económico nació de la observación de estos fenómenos, actualmente ha alcanzado niveles de abstracción tales que la brecha entre sus modelos y una realidad cada vez más compleja no deja de acrecentarse. Es precisamente en razón de esta divergencia que eminentes economistas están desarrollando metodologías de análisis que van más allá de la macroeconomía tradicional. Es el caso del informe Stern al gobierno británico, sobre los costos a largo plazo del calentamiento climático, y del informe Stiglitz al gobierno francés, sobre la elaboración de indicadores macroeconómicos que reflejen mejor el bienestar real de la población.

    Antes de criticar a priori una opinión que no coincide con la elegancia de un modelo, veamos si corresponde o no a la realidad. Encuentro que tu comentario cae en la crítica fácil, anónima y sin argumentos, basada únicamente en la descalificación de alguien que no ha seguido tu misma formación. Si encuentras que los ejemplos citados son inadecuados te agradecería explicar porqué, con argumentos concretos y contenido que aporte a esta discusión.

    Y te invito a hablar de Haussmann, porque su gran éxito no se debió a sus dotes de urbanista, sino a la implementación de mecanismos financieros que permitieron pagar la modernización de Paris con las plusvalías inmobiliarias obtenidas por inversionistas privados. Probablemente tú podrías explicar eso mucho mejor que yo.

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