28 de julio de 2010

Ideas recibidas y oportunidades perdidas : la violenta crecida del Mapocho

Incluso para los habitantes de regiones, obligados a consumir desde hace décadas las impenitentes noticias de la capital como si fuera lo único que importara en Chile, las crecidas del río Mapocho ocupan en toda estación una imagen privilegiada de la memoria, casi como si de una vivencia se tratara, pese a que nunca se pudo haber puesto un pie en la ciudad de Santiago. Desde este punto de vista, el río Mapocho es un factor de riesgo, aquel que los geógrafos denominan riesgo de inundación, que es la salida del curso natural de las aguas, y lo que para el ciudadano de a pie vendría a ser una suerte de salida de madre de la naturaleza.

El río Mapocho y su entorno son también un objeto de investigación y un objeto de proyecto en las escuelas de arquitectura en general y en la Fundación Futuro en particular. Y si en las primeras el espacio urbano es excusa para el aprendizaje, el saber y el conocimiento, en el caso de la segunda el espacio urbano es una oportunidad para la acción. Esta acción, llevada adelante por una fundación creada en 1993 por Sebastián Piñera, forma parte de una serie de tres propuestas denominadas « proyectos ciudadanos » definidos como « propuestas urbano-arquitectónicas que buscan mejorar la calidad de vida de los habitantes de Chile » (1) y que responden a las rúbricas Estadios para Chile,  Estero Margamar y Río Mapocho Navegable. Es esta última, la más mediatizada, la que aquí nos interesa, puesto que si el río en si sufre de constantes y de violentas crecidas, vemos emerger un posible nuevo riesgo tanto por los demoledores discursos que trae consigo por parte de sus auspiciadores como por las discusiones que es incapaz de sugerir o que es capaz de sumergir.

Los « proyectos ciudadanos » deben entenderse como una suerte de regalo a los habitantes, quienes deberían entender y dar por sentado el supuesto que el interés general ha ido por delante del bien particular, como siempre y sin excusas debe suceder con todo aquello que tiene como blanco la ciudad y más concretamente el espacio público.

Es así como un primer riesgo de aceptar sin discusión la propuesta dice relación con el discurso simbólicamente violento utilizado para privilegiarla frente a esa extensa geografía de ideas y de lugares que dibujan el futuro de nuestras ciudades. Sin embargo, en Pierre Bourdieu, esa forma de violencia puede aprehenderse a partir de dos ejes, un primer eje relaciona el acto violento al acto de realizar un don, mientras un segundo eje entronca con la legitimización de los discursos.

De manera más precisa, « el regalo generoso que no puede ser correspondido con un contra don es un medio más suave y sutil que el préstamo de crear una obligación duradera que vincula al perceptor con el donante en una relación de deuda personal. Dar es también un modo de poseer, de atar a otro ocultando el lazo en un gesto de generosidad »(2). Los « proyectos ciudadanos » de la Fundación Futuro, se pueden leer como un acción de violencia simbólica, donde el regalo, es decir, la idea y los estudios previos realizados, ocultan una forma, de suyo peligrosa y sutilmente mimetizada, de posesión, producción y proyección de las doctrinas de la clase dominante y, en este caso, además, clase gobernante.

La propuesta Río Mapocho Navegable, de proyecto urbano, tiene poco, y hay aquí un segundo riesgo. Los discursos, los planos y los dibujos son más bien la representación de una forma que la concreción de un proyecto social a realizar. A ello se agrega, el hecho de que simplemente carece de una variable esencial que toda idea que concierne a la ciudad lleva en su origen, y que no es otra que la variable ciudadana. No nos referimos aquí a esa inyección forzada de ciudadanía y participación nacida durante la administración de Michel Bachelet (2006-2010). Nos referimos al simple hecho que aquello que concierne a un territorio habitado, no puede nacer entre las cuatro paredes de una fundación o de una oficina de arquitectura, al margen y a espaldas de los habitantes y usuarios de la ciudad, de un barrio y en este caso, de un espacio público que se quiere privilegiado (3). Digamos que toda propuesta urbana puede nacer así, en un cuarto oscuro, sin miradas que importunen, pero defendemos la idea de que esto es negativo, y en cualquier plazo temporal, perjudicial, ya que los costos sociales y económicos de no involucrar a la mayor cantidad de actores de la ciudad pueden llevar al deterioro del espacio habitado. 

La idea recibida, y en este caso, heredada, aprendida y enseñada en las escuelas de arquitectura, es que los habitantes de un lugar y usuarios del mismo, tienen poco que decir respecto a la producción del espacio vivido, percibido y concebido, por citar a un gran proscrito de la pedagogía de la ciudad en Chile, Henri Lefebvre, insigne marxista, tanto o más vigente que el más ilustre profesor de Harvard. Y es que los profesionales que encaran las disciplinas que diagnostican y ordenan el espacio, en particular el espacio urbano, tienden a desconfiar de la palabra de los habitantes, y muchas veces, proyectan, sin querer y en otras queriendo, contra el habitante y a pesar del habitante. La palabra de habitante, no se refiere a una promesa o a los llamados actualmente actos de confianza de quienes residen en un lugar y a los compromisos que llevan a cabo con miras a la materialización de programas del Ministerio de Vivienda y Urbanismo (MINVU), sino que se refiere a esa capacidad de verbalizar y dar cuerpo con ideas sencillas al acto de ocupar el espacio y con miras a reordenarlo, se refiere por supuesto al discurso que cualquier mortal puede sostener no solo sobre un espacio, sino sobre todo a su espacio habitado.

Y es que buena parte de los arquitectos fueron y son formados en la creencia de que pertenecen no sólo a una suerte de elite, sino que forman un cuerpo de elite iluminado. De acuerdo a Henry Raymond, profesor en la Unidad Pedagógica de Arquitectura N° 8, entre « más avanzaban (los estudiantes de arquitectura) en edad y en sus estudios, más se metían en la piel de una elite iluminada modelada por la convicción de saber más que cualquiera, y menos receptivos (eran) a un discurso que les explicaba que incluso el último de los imbéciles, porque habita, simplemente, está dotado de las competencias requeridas para organizar su espacio, y que ahí hay cosas a aprender y a retomar » (4).

Como el arquitecto autor del proyecto, Cristian Boza, se siente y forma parte de una elite, ha ejercido su discurso violentamente simbólico contra el Ministerio de Obras Publicas (MOP) afiliación Concertación : « El proyecto se va a implementar de ahora en adelante. Estuvo cinco años detenido por las autoridades que pidieron cantidad de nuevos informes y ahora ya no », podíamos leer en el diario La Tercera del 31 de Marzo de 2010. Poco y nada le importa presentar una opción de ciudad a discutir, a analizar o a profundizar, por el contrario, se diría más interesado en imponer una visión de mundo, su mundo, por cierto, más cercano a los lápices de colores que a los « problemas reales de la gente » por utilizar el lenguaje de su bandada. La historia del urbanismo y de la arquitectura, en particular aquella que corresponde al Movimiento Moderno, es rica en visiones absolutistas, totalizadoras e inconsultas sobre la ciudad.

Una de las dificultades para aprehender el problema es que en Chile no existe una legislación que de un marco a un proyecto urbano, como contrariamente existe una legislación, una institucionalización y una jerarquización de la planificación territorial y de los instrumentos y metodologías que deben acompañarlos. Es inútil buscar en la Ley General de Urbanismo y Construcciones y en la Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones una definición de proyecto urbano, el concepto no existe, ni se encuentra normado, como si lo están la planificación urbana y la urbanización. De esta manera, suele ocurrir que « se reduce el proyecto urbano a una imagen, a una tentativa estética, a una estrategia mediática. Se sabe del mal uso que se ha podido hacer de esto en el último tiempo. Se llama a las grandes firmas, se organizan concursos, se realizan conferencias de prensa, publicaciones ; los arquitectos hacen bellas imágenes. Como son mal pagados, no cuesta caro, pero da la impresión que (…) se hace algo por ellos. Esto permite en ocasiones a un servicio técnico o a una persona darse importancia » (5), asegura el arquitecto francés Christian Devillers, en lo que podríamos sintetizar como un tercer riesgo, el riesgo de estar en busca de una ciudad marketing más que de buscar un proyecto de ciudad, que decir de un proyecto de sociedad, en una « propuesta ciudadana » que se debe viabilizar por el derrotero de una concesión.

Ahora bien, si buscamos en la página web del MINVU « proyecto urbano » no encontramos resultados, contrariamente, si buscamos « ciudad » se encuentran 254 contenidos y si buscamos « planificación » se encuentran 26 contenidos. Como una definición de lo que el proyecto urbano es o debería ser, no la encontraremos por ahora en la página web del MINVU, voluntariamente tomaremos prestada una definición a Patrizia Ingallina. De acuerdo a esta arquitecta y urbanista, « el proyecto urbano o carta espacial traduce orientaciones de desarrollo económico y social del proyecto de ciudad en sus manifestaciones espaciales. Serviría a dar a una ambición estratégica su anclaje territorial. El objetivo de este estudio es de ocuparse de la dimensión formal, estética y funcional de la ciudad en coherencia con su ambición estratégica » (6). Nunca, agrega por su parte Devillers, el proyecto urbano pretende decir todo sobre la ciudad, jamás pretende ser el único pensamiento sobre la ciudad, no busca ser la solución a todo .

No va sin riesgos, que la propuesta Río Mapocho Navegable, se base en imágenes largamente mediatizadas, la estética de la representación me parece mortal, dice Devillers « es un acto de poder y propaganda que permite evacuar al mismo tiempo la vida real y los desafíos reales del proyecto. Esas imágenes no tienen consecuencia sobre la realidad, pero sirven de pantalla a los verdaderos engranajes y a los verdaderos poderes que producen el espacio de la ciudad »  , agrega no sin desazón.

Se desconocen los vaivenes de la propuesta de la Fundación Futuro, así como también se desconocen los estudios previos sobre la ciudad realizados, el análisis y el diagnóstico surgen de manera más voluntarista que con el anclaje social que si tienen los llamados a concurso de la I. Municipalidades o los llamados a licitación del Ministerio de Obras Publicas y el Ministerio de Vivienda y Urbanismo. Se desconoce la conformación del equipo, su idoneidad y su experiencia previa en propuestas de suyo complejas. Hay aquí un nuevo problema, que también en muchos ha llamado la atención, y que no es otra que los proyectos de arquitectura y de urbanismo son desde hace lustros objeto de una licitación pública compuesta al menos por términos de referencia, por una oferta técnica y por una oferta económica, donde el oferente piensa en función de ideas y programas urbanos que nacen en el seno de la administración nacional o local. Por obvio que pueda parecer, el proyecto no debe ser una designación a dedo de un ejecutor privilegiado y con línea directa a las elites gobernantes y de la administración. Mala práctica, y propia de tiempos lejanos. La cazuela, no solo se cocina a espaldas de los habitantes, se hace también sin invitar en forma democrática, abierta y transparente a otros cocineros-urbanistas.

No es ocioso en este sentido traer a colación la existencia de registros nacionales de consultores y contratistas tanto en el MOP  como en el MINVU  que abarcan áreas diversas. Más aún, es a través del Decreto Supremo N° 135 del año 1978 que el Ministerio de Vivienda y Urbanismo regula los contratos que celebra, se trata de un « sistema selectivo reglamentado »   que conviene a los estudios, asesorías y proyectos que la institución solicita en rubros como la ingeniería, la arquitectura, el urbanismo, la sociología, la demografía a profesionales que se ubican en una de las tres categorías que permite el registro, según la experiencia profesional que se logre acreditar como persona natural o persona jurídica.

Rio Mapocho Navegable no ha sido hasta hoy objeto de algún llamado a licitación pública como estudio, como asesoría, como proyecto. Sin embargo, si lo utilizamos como excusa para la reflexión, nos permite en este ejercicio breve poner en evidencia un aspecto de nuestra institucionalidad académica y un aspecto de nuestra institucionalidad urbana.
Institucionalidad académica, puesto que si observamos entre los profesionales que son llamados a trabajar en la ciudad de acuerdo al Registro Nacional de Consultores del MINVU se verá que son la arquitectura y la ingeniería civil las disciplinas privilegiadas en las licitaciones públicas. Se notará también que la palabra urbanista no aparece, puesto que no forma parte de léxico de ningún cuerpo legal en Chile, bien que diversos profesionales ya sea por la vía de la práctica o por la vía de alguna titulación de postgrado acoplan el apelativo urbanista a su formación inicial (arquitecto-urbanista, sociólogo-urbanista, etc.). La enseñanza no se encuentra normada, no es de carácter obligatoria para acceder a alguna de las categorías que contienen los registros técnicos, no forma parte del currículo de los ingenieros civiles y en lo que concierne a los arquitectos y a las escuelas de arquitectura, su enseñanza es tan diversa como facultades puedan existir. En Chile, la tendencia es que los urbanistas nacen, no se hacen.

E institucionalidad urbana, puesto que se verán las dificultades de enmarcar Río Mapocho Navegable en las practicas de la ciudad. Ignoramos en el fondo de qué se trata esta crecida. Es acaso un proyecto urbano de las maneras definidas por Ingallina y Devillers, es acaso de un proyecto económico perentoriamente marcado a fuego por variables de rentabilidad, acaso un proyecto ciudadano entendido como un don a un habitante tipo, no especificado y empero clasificado socio económicamente.

Acaso más acoso que otra cosa, esta nueva crecida del Mapocho.


(1) Ver www.fundacionfuturo.cl.
(2) FERNANDEZ, José Manuel, « La Noción de violencia simbólica de Pierre Bourdieu : una aproximación critica », in : Cuadernos de Trabajo Social, Vol. 18, 2005, p. 9.
(3) El arquitecto Cristian Boza, autor del proyecto, ha insistido que el rio en cuestión es el alma de la ciudad de Santiago, idea emplazada constantemente y sistemáticamente, retomemos las palabras del arquitecto Felipe Combeau publicada en el diario El Mercurio el 30 de Abril : « el río Mapocho está lejos de ser el alma de la ciudad de Santiago. Ha sido históricamente una amenaza que ha necesitado, desde la Colonia, diversos proyectos de infraestructura para contenerla. Esto explica que nunca haya existido un intento verdadero por considerar este torrente cordillerano como una oportunidad capitalizable de espacio público. »
(4) FREY, Jean-Pierre, Henri Raymond, Paroles d’un sociologue. Vers une histoire architecturale de la société, Paris, L’Harmattan 2006, p. 271, p. 10.
(5) DEVILLERS, Christian,  Conférence Paris d’Architectes 1994 au Pavillon de l’Arsenal. Le Projet urbain, Paris, Les mini PA n° 2 Editions du Pavillon de l’Arsenal, 1996.
(6) INGALLINA, Patrizia, Le Projet urbain, Paris, Presses Universitaires de France, Collection Que sais-je ?, 2001, p. 127, p. 29.

2 comentarios:

  1. Muy bien documentada y desarrollada tu tesis, amigo. FELICITACIONES!!! Me queda claro en todo caso que el (¿absurdo?) proyecto del Mapocho Navegable es una excusa que te permite desarrollar tu mirada crítica a la exclusión de los urbanistas de los grandes temas de la ciudad (o las ciudades). Si se les escuchara más (a lo verdaderos, no a los "autoproclamados", que son los más), estoy seguro de que habrían menos adefesios urbanos en este país, menos pesadillas conceptuales y menos "terrorismo" visual.

    Un gran abrazo,

    Francisco Bañados P.

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  2. Marcia Carrasco23/6/11, 8:37

    Bueno tu comentrio,está escrito con respeto y seriedad,me lo leí todo y la verdad no fue fácil,ja,ja,cariños

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